lunes, 14 de septiembre de 2015

RUTA EN BICI POR LOS RAMALES DE LA CAÑADA REAL BURGALESA 5 de agosto de 2.015

RUTA EN BICI POR LOS RAMALES DE LA CAÑADA REAL BURGALESA
5 de agosto de 2.015
Durante los días 4 y 5 de agosto de este año 2.015, Leti, su hijo Álvaro y el que escribe esta ruta, Arsenio, padre y abuelo respectivamente, visitamos la casa familiar del pueblo, donde, en este periodo, residía la abuela Concha, acompañada de Míguel y Ana con sus respectivos hijos e hijas. Además de disfrutar de los disfraces infantiles y de la chocolatada popular del martes por la tarde, Míguel, su amigo Jose Antonio y Arsenio aprovechamos el segundo día para realizar una ruta en bici por los dos ramales de la Cañada Real Burgalesa que atraviesan el monte del Cerrato, la cual, previamente, ya estaba descargada en el GPS Garmin.
  Partimos puntualmente de Villafruela, a las siete y media de la mañana, por la carretera de Espinosa con una temperatura agradable, pero con previsión de calor, como ha sido la tendencia en este verano. En Tabanera giramos hacia la izquierda por el camino de la Manguilla, el cual nos condujo al de concentración, con origen en Espinosa, que se dirige a los corrales de Magialengua. Ambos caminos transcurren por un valle singular en medio de cultivos de cereal y girasol. La ladera de solana de ambos está jalonada por una docena de colmenares, alguno de los cuales, por ventura, ha sido recuperado en los últimos años para albergar colmenas perfección. Por la izquierda del primer tramo destaca una chopera que crece en torno a un humedal formado por varios tojos, entre los que destaca el famoso pozo Caral; más adelante, a la altura de Bartolillo, aparece un corredor de quejigos que nos acompañará hasta los corrales.
Distintas rapaces cruzan el cielo azul y Míguel cree distinguir entre ellas un búho real, especie que ya hemos visto por estos lares en ocasiones anteriores.

Enseguida, con el ritmo vivo de pedaleo que mantenemos, arribamos al lavajo que ya está seco y a la corraliza de Magialengua. El chozo, que causa grata sensación en Jose Antonio, sigue resistiendo la amenaza de derrumbe por estar bastante descarnado en su lado oeste; penetramos en su interior y comentamos su importancia en épocas pretéritas, tan distintas a la actual en que, gradualmente, van desapareciendo los rebaños de ovejas. Una tenada y un corral con malla antilobo se salvan de la ruina general.

   Siguiendo el trazado de la ruta proseguimos la marcha por el páramo del Cerrato hacia el Verdugal y el Girón, divisándose al fondo la silueta inconfundible del torreón de la Greda. Entre los rastrojos de cereal destacan los campos de girasol en plena floración. A ambos lados del camino se divisan manchas de quejigos salpicadas con ejemplares de sabinas.
 Esta zona la cruzan dos caminos históricos que partiendo de Antigüedad se dirigían a Villafruela y Villovela de Esgueva. Los cambios de la concentración parcelaria los ha restado protagonismo y continuidad.
   A la vera del camino surge un segundo chozo, que parece muy reformado. En lo alto luce un cartel que indica “Girón”, con una matrícula de números en la parte inferior.
   El Torreón ya está a nuestra altura, al sur del camino y, al rato, dejamos el caminito que otras veces nos acercaba al mismo; en seguida descubrimos los Corrales de los Nuevos, de ingrato recuerdo para Míguel por sufrir aquí, hace unos años, una picadura de abeja que requirió inyección de urbasón en Lerma.
   Traspasados los corrales, accedemos al punto de encuentro con uno de los dos ramales de la Cañada Real Burgalesa que, con origen en las Sierras de Mencilla y la Demanda, confluían en la población de Hérmedes de Cerrato, para ya, en una sola vía trashumante, dirigirse a las dehesas invernales de Extemadura. (Entre ambos “extremos” se realizó la trashumancia de rebaños de ovejas merinas desde tiempos antiguos, al menos desde 1.273 con la creación del Honrado Concejo de la Mesta, hasta las primeras décadas del siglo XX, según recuerda madre, aunque su decadencia ya se había iniciado a finales del XIX. Estos recuerdos son motivo de continuos comentarios por parte de los tres cicloturistas a lo largo del paseo.)
   En medio de esta inmensa llanura, cuya altitud media no baja de los 910 m. surgen dos arroyos, el de Cerrato y el Maderón, que abrazan el entorno de los Alfoces, con el Torreón de la Greda (950 m) en medio y conforman “ los Valles de Cerrato”. El arroyo del Maderón recoge las aguas del primero y, tras pasar cerca del Convento de S. Pelayo y de la población de Cevico Navero, cambiará su nombre por el de Maderano. Este, aguas abajo, desemboca en el río Pisuerga a la altura de Dueñas.
   Este tramo del camino, hasta arribar a Villaconancio, nos resulta muy atractivo, pues transcurre por un corredor con abundante vegetación mediterránea, donde también aparecen la encina y el pino. Nos cruzamos con un grupo de ciclistas que recorren el sendero en dirección opuesta. Pronto nos sorprende un primer panel informativo que comenta la colonización del elanio azul, pequeña rapaz de origen africano, de estos montes, debido a su apetencia alimenticia por el topillo campesino, el cual ha proliferado extraordinariamente por la región en las últimas décadas.
 
   Al borde de la carretera que enlaza Antigüedad con Cevico Navero, nos topamos con otro panel ilustrativo que informa de la ruta I del Cerrato Palentino que transcurre durante 10 Km por estos montes entre los pueblos de Antigüedad y Baltanás. Dichos montes se han incorporado como Lugar de Interés Comunitario (LIC) a la Red Natura 2.000, que conforma el conjunto de Espacios Naturales Protegidos Europeos.
   Cruzamos la carretera PP-1411, ya anunciada, y continuamos por la cañada con la vegetación típica de matorral, en la que destacan entre la estepa, salvia, ajedrea, espliego (alhucema)…; Los quejigos aparecen en algunas suertes podados con esmero, aunque los restos quedan abandonados en la orilla. Cerca del Corral del Roñas avistamos un chozo similar al de Magialengua, pero hundido e irrecuperable, lo cual nos lleva criticar la desidia de la administración regional con estas edificaciones rurales. Admiramos el grosor de sus muros y el estilo abovedado de la construcción.


   Siguiendo la cañada y, desviando la vista hacia el noreste en dirección a Baltanás, descubrimos, en medio de un rastrojo, por el páramo de Valdemoré, un chozo de mayor tamaño, comparado con los anteriores; es de forma ligeramente cónica y de falsa cúpula, es decir, construido en capas superpuestas de piedra labrada solo por el exterior, que se van cerrando hacia el techo. Ha sido reformado recientemente y reforzado con un murete circular adosado a la base. La anécdota de la jornada le pasó a Míguel, que calculó mal la altura de la puerta del chozo; menos mal que el casco, del que aún no se había despojado, le salvó de un buen chichón.
   A lo lejos, se divisa una hilera de molinos de viento que pertenecen a la zona eólica de Hornillos de Cerrato - Baltanás.
   Cabalgamos de nuevo sobre nuestras potrillas; el sol va ganando altura y aún nos queda un largo trecho. La cañada ya ha tomado dirección suroeste y poco después cruza la carretera comarcal CL-619, que une Baltanás con Cevico Navero. Dejamos atrás los corrales de Fuente del Guijo, (la cual nos pasa desapercibida) y, en seguida, oteamos el valle del arroyo del Maderano, con el pueblo de Villaconancio en el fondo. Es una imagen llamativa y distinta, después de recorrer más de 20 km por la planicie, sin bajar de los 900 metros de altitud.
    El descenso es vertiginoso y, en un santiamén, salimos a la carretera, ya en la entrada del pueblo, a la altura del cementerio. Damos una vuelta por el casco urbano con un detalle sorpresivo al desviarnos por una calle de ida y vuelta que acababa en plazuela, lo que motivó la sonrisa pícara de un lugareño que contempló la escena tras la ventana de su casa. Únicamente, otras dos señoras se cruzaron en nuestro paseo por Villaconancio.
    La iglesia, dedicada a los santos San Julián y Santa Basilia, consta de dos partes diferenciadas según la época en que se construyeron: de la primitiva iglesia románica, que se arruinó en 1.833, solo se conservan dos ábsides que forman la cabecera del templo actual, elcual se completó en 1.902. Durante el intervalo celebraron culto en la ermita de Nª Sª de Mediavilla.
   Retornamos a la cañada transitando por algunas calles, cuyas casas con fachadas de adobe llevan a Míguel a comentar sobre su color, comparándolas con las de Villafruela; creo recordar que las había de ambos colores blanco y marrón.
 A la salida del pueblo nos topamos con la subida al páramo que, aunque esperada, nos supone un esfuerzo añadido acostumbrados al llano, prácticamente desde la salida. Míguel y Jose Antonio tienen suerte, pues descubren restos de un lagarto y se detienen un rato a curiosear.
   Mantenemos durante pocos kilómetros los 900 metros de altitud entre campos de cereal, pues raudos iniciamos un descenso entre un pinar de repoblación que cruza, en la parte baja, la carretera P-110 que une de oeste a este Vertavillo con Hérmedes de Cerrato.
  En las cercanías confluyen los arroyos de San Sebastián y del Maderano, formando el arroyo del Madrazo. Este horcajo se conoce como Prado del Aguilarejo con las ruinas del Molino de Corcos en sus inmediaciones; pero por culpa de la inercia de la bajada y de la vista cansada del que controla el GPS, remontamos la ladera opuesta sin percatarnos del lugar pintoresco que obviábamos a nuestra derecha, ni de que en este punto abandonábamos la cañada burgalesa en dirección a Valladolid, … Cáceres, e iniciábamos el camino de regreso a Villafruela por el otro ramal de la cañada Real Burgalesa, denominado por estos lares, Cordel de la Cañada Real Merinera.
   El estreno fue apoteósico, pues el repecho, aunque corto, era de tal calibre, que hubimos de poner pie a tierra por primera vez durante la travesía. Al rato, ya llaneábamos por el camino de la cañada que seguía el borde sinuoso del páramo sobre el valle del arroyo de San Sebastián. En un par de kilómetros ya estábamos en la carretera que, en poco más de uno nos condujo a Hérmedes de Cerrato, el pueblo natal de la familia Rojo, socia de Gerardo en su empresa de transporte.
   Como los tres ruteros somos curiosos, rápidamente nos informamos de los sitios de interés de la villa: la ermita mozárabe de Santa Mª de las Eras, del S. X, declarada monumento histórico artístico en 1.931 (su visita la dejaremos para otra ocasión), y también, de un lugar fresco, con fuente y arbolado, donde poder recuperar fuerzas, antes de acometer los últimos 20 km de vuelta a nuestro pueblo. Las señas de este enclave con encanto eran claras; - ”T´o p´abajo”. No nos defraudó; se trata de un área recreativa estupenda en la que destaca un manantial de dos caños generosos en medio de una arboleda frondosa de chopos y sauces junto al arroyo del Maderón. En la misma, se han instalado, además, mesas junto a una barbacoa. Refrescados y saciada la sed, nos sentamos en una mesa donde degustamos las viandas de nuestras alforjas; fruta, pasas, barritas integrales, manolitos de Colmenar … Todo nos sabe a gloria. Comentamos que el viento viene a favor de nuestro sentido de regreso, lo cual nos transmite optimismo para reiniciar el camino.




   Nota: En días posteriores a la ruta palentina me he informado de otras curiosidades de Hérmedes, por ejemplo, las bodegas de las casas particulares, auténticos laberintos de varios kilómetros que intercomunican distintas zonas del término, y también la Mata Fombellida, un roble quejigo singular situado en lo alto de la ladera opuesta al pueblo, crecido a la vera del camino que lleva al pueblo vallisoletano de Fombellida. Está situado en un lugar destacado y es un emblema para el pueblo. Recientemente se ha instalado, justo al lado, una antena de telefonía móvil que ha despertado la correspondiente y merecida repulsa popular. También es reseñable la ruta ornitológica del programa TRINO (Turismo Rural de Interior y Ornitología) "El quejigar de Hérmedes" que, partiendo del Área recreativa recorre tres ecosistemas tan diversos como un bosque de ribera, la llanura cerealista y un estupendo quejigar. Así, en este itinerario podemos disfrutar de especies tan variadas como el ruiseñor común, la oropéndola, la alondra totovía, la bisbita campestre, la curruca rabilarga, la culebrera europea, el águila calzada, la tórtola europoea, la paloma zurita, o la perdiz roja.





 Retrocedemos por la subidita hacia el pueblo que enlaza con la carretera de Cevico, la cual abandonamos casi en su inicio, para continuar, ya de forma permanente, por la Cañada Real merinera. Ésta, en línea recta hacia el noreste, nos acercará hacia la Cuesta Otero. El trío lo encabeza Míguel y su “Canondale” que, con el viento a favor de popa, vuela. La velocidad no baja de 25 Km/hora, más cerca de los 30; el calor ya va apretando y la larga recta nos permite imaginar estos parajes en las estaciones de trashumancia, primavera y otoño, cuando el movimiento de los rebaños con cientos de merinas cada uno era continuo. Las caballerizas cargadas con sus pertrechos, los mastines con sus carlancas y los distintos pastores distribuidos entre los rebaños. En fin, cómo han cambiado los tiempos; ya casi no quedan rebaños de ovejas estantes y, los únicos que circulan por estos lares son los tractores, cosechadoras y, … cuatro locos, amantes estos caminos históricos que siguen con GPS el recorrido por estos paisajes solitarios y entrañables.
   Solo realizamos dos paradas hasta el final, una en el cruce de la carretera CL-619 (Cevico-Tórtoles), para curiosear el último tojo, cuya entrada, un tanto oculta, descubre Jose Antonio; y una segunda, ya cerca de la Cuesta Otero, para inflar la rueda delantera de la Canondale, que pierde algo de gas.
  Reiniciada la marcha, tras la primera de las paradas, volvemos a contemplar el Torreón de la Greda hacia el norte; parece que toda nuestra ruta ha estado girando en torno a su figura estratégica y protectora de estos montes de Cerrato.
   En este tramo de la cañada también nos vamos fijando en los mojones definitivos que la Junta de Castilla y León ha colocado en sus márgenes para delimitar perfectamente su anchura. Es de loar esta iniciativa que ha restituido al patrimonio público las franjas que habían sido sustraídas por los agricultores de las fincas colindantes, desde los años 60.
 Seguimos dando rienda suelta a nuestra imaginación, ya que es gratis y saludable, recordando la alegría inmensa que embargaría a los pastores trashumantes cuando, por estos páramos, de regreso de los pastos de invernada, por el mes de mayo, contemplasen por vez primera las cumbres de las sierras ibéricas de Mencilla o la Demanda, que anunciaban la proximidad de sus pueblos y la cercanía de sus familias. 
   Nosotros no tenemos que esperar tanto, pues, al rato, ya enlazamos con la carretera de Torresandino que, en un pis pas, nos acerca a Villafruela, donde los hermanos, tras saludar a la madre y ducharse, se dirigen hacia las piscinas para refrescar el gañote con unas cañitas, acompañados, en principio, por el primo Javi y, después, del resto de la familia, que ha pasado la mañana disfrutando en las mismas.
Para los tres ciclistas, y me entrometo de prestado, ha sido una mañana veraniega a recordar, porque hemos disfrutado de lo lindo recorriendo estas cañadas históricas que, pedaleando, nos han permitido rodear, en un recorrido de 80 Km, uno de los parajes más singulares de Castilla, "los Montes de Cerrato".


f  i  n

Direcciones:
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